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Tejiendo memorias vivas en Bogotá

“El derecho a la ciudad fue el derecho al agua que perdimos”

Dora Villalobos.

A veces parece que el gris ha consumido gran parte de lo que alguna vez fue una enorme laguna entre montañas, como si la antigua Bacatá hubiese quedado refundida entre edificios, escombros fábricas y autopistas. ¿Qué pasó con el agua, con los bosques, los árboles y las montañas? ¿Quiénes habitaban estas sabanas y a dónde fueron? ¿Realmente los ha consumido el asfalto? ¿Qué historias cuentan las memorias de los pueblos de antaño y de qué manera esas memorias contribuyen al proceso de educación ambiental que llevamos a cabo desde el Proyecto Tejedores de Vida?


Palpitando con esas preguntas, empezamos a caminar por Bogotá. Tres localidades fueron las escogidas: Suba, Kennedy y La Candelaria. Allí, junto a padres y madres de familia, docentes y líderes y lideresas, nos reunimos para darle lugar a dos Encuentros de Memoria Ambiental con las instituciones educativas que participan en el proyecto, que actualmente desarrollamos de la mano al Servicio Jesuita a Refugiados - Colombia y a Asociación de Colegios Jesuitas - ACODESI, con el apoyo de la Unión Europea en Colombia. En distintas ocasiones, nos reunimos con la I.E. Fe y Alegría José María Veláz, el Colegio Santa Luisa y el Colegio Mayor de San Bartolomé para reconstruir colectivamente la memoria ambiental de las localidades y tejer pensamientos en torno a los problemas socioambientales que hoy enfrentan en clave histórica, visibilizando los procesos comunitarios que están apostándole a la construcción de paz ambiental para tejer puentes entre estos y las instituciones educativas con las que trabajamos.




En medio de los disímiles que son estas localidades, buscamos articular los procesos a través de la pregunta por el agua en el marco de un debate ya conocida: el derecho a la ciudad[1], definido como el derecho de quienes habitan la urbe a participar activamente en la construcción de la ciudad y a tener una vida digna dentro de ella. Nos preguntamos entonces ¿Cuál es el lugar de la naturaleza en la construcción de un modelo de ciudad? ¿Qué implicaciones prácticas y metodológicas tiene el hecho de pensar el derecho a la ciudad desde la perspectiva de una ética ambiental en medio un proceso de paz?


“El derecho a la ciudad lo exijo, hace parte del ejercicio de pensar en un mejor lugar”

Participante del Encuentro de Memoria Ambiental, Kennedy. 2019


Para darle una respuesta a esos y otros cuestionamientos, nos propusimos entonces redescubrir la ciudad y dejarnos sorprender por voces y relatos diversos que hablaban de una ciudad imaginada en el recuerdo, pero también en los sueños y en las utopías. Contamos con la participación del Cabildo Indígena Muisca, el Colectivo Suba Nativa, la Red Conejera y el Colectivo Reserva Van der Hammen, en Suba; la Fundación Banco de Semillas y el Colectivo Timiza, en Kennedy; y en La Candelaria con la Fundación Cerros y la Junta de Acción Comunal de la localidad.


En este sentido, los encuentros de memoria ambiental intentaron recoger aprendizajes desde el diálogo intergeneracional e intercultural que simbolizan las diversas experiencias del territorio bogotano de quienes participaron en ellos. Así, descubrimos las múltiples memorias que habitan la ciudad y nos adentramos en las diversas concepciones sobre la naturaleza que desde cada lugar se vive y se construye, en las búsquedas que delimitan un futuro posible a partir de esas memorias compartidas y en las tensiones que surgen entre los tiempos y las visiones enfrentadas a un modelo de ciudad que se ha construido al margen nuestro y al margen suyo.


En el proceso de reconstrucción de la memoria ambiental en las distintas localidades que recorrimos, la pregunta por el agua fue una constante. Nuestra relación con el agua, las memorias del agua y las concepciones en torno suyo que se han ido transformado con el tiempo, así como las formas de uso, control y manejo de este recurso. Por esta razón, hablar de memoria ambiental en una ciudad como Bogotá, implica comprender cómo se ha construido la cultura en relación con la naturaleza, hablando al mismo tiempo de historia cultural. En otras palabras, es importante comprender cómo se ha producido el espacio, cómo se ha organizado la gente y cómo lo han habitado históricamente, cuáles han sido las transformaciones en los paisajes y en los ecosistemas que comprenden la ciudad y hacer visibles las tensiones entre los distintos modos de ser y estar en la gran urbe.


“Hemos construido nuestra ciudad al margen del agua, al margen de la vida, de la vida que también nos da el agua. Al margen de los árboles, al margen de los cerros y los ríos.


La historia de Bogotá está intrínsecamente relacionada con la memoria del agua, pues ella cuenta historias de un modelo de desarrollo y de urbanización que se impuso a toda costa, violentando las distintas formas de vida que habitaban el territorio de antaño. “Como el agua habla solita”, la historia de crecimiento de la ciudad no puede comprenderse al margen de la canalización de los ríos, el relleno de los humedales, la contaminación de las quebradas y la modificación del curso de las aguas para darle paso al cemento.


¿En qué momento se fragmentó nuestra relación con el agua? Hacernos esta pregunta no sólo implica preguntarnos por un modelo de desarrollo que ha roto el vínculo con el recurso vital, sino con la vida misma. Con la naturaleza como espacio en que se recrea y se reproduce la vida. Por ello, en los encuentros llevamos a cabo metodologías que permitieran recoger las voces de quienes vivieron esa Bogotá imaginada por los jóvenes, narrando historias sobre los primeros alcantarillados de la ciudad, la deforestación de los cerros, el auge de las constructoras y la creciente afectación a los humedales, las lagunas desecadas para las haciendas, los procesos de contaminación que se han ido intensificando con el aumento de las industrias y los procesos de desplazamiento interno que han sufrido las gentes a causa del fenómeno urbanizador. Al mismo tiempo, conocimos las costumbres y tradiciones de antaño que se escribieron sobre la tierra, así como las identidades que se fueron construyendo en relación suya, comprendiendo que alrededor de los ecosistemas construimos vida y cultura, razón por la que distan mucho de ser sólo un recurso.


Fue así como caminando por sus calles, pero también por sus montañas y veredas, -si, en Bogotá hay veredas-, descubrimos las historias de mujeres guardianas del agua y de los bosques. Estuvimos en el humedal La Vaca, en donde conocimos el proceso de doña Dora, que hace parte de la Fundación del Banco de Semillas, una iniciativa de mujeres que rescataron el humedal del olvido y los desechos. Fuimos a la vereda Fátima, donde nos encontramos con doña Gladys, quien nos contó sobre el proceso del barrio y las memorias sobre el agua y la montaña. Hicimos el recorrido del río San Francisco, que solía bramar antes de ser canalizado y encauzado bajo tierra para ser olvidado por los bogotanos. También al humedal de la Conejera, y al Tibabuyes, o Juan Amarillo -porque su nombre muisca ha sido olvidado por muchos-, actual campo de batalla por la construcción de un parque sintético. Caminamos las calles, tomamos chicha al calor del fuego con la abuela Blancanieves, del cabildo muisca, y emprendimos juntos el camino para recordar. Recordar el agua de los ríos que bramaban con el sonido de su caudal y que ahora están encauzados bajo tierra, el de los humedales que parecían lagunas y ahora son llamados “charcos”, el que bajaba por las montañas y con los años se fue secando por la tala; el agua de los paseos de olla, el de las lavanderas, el de los acueductos comunitarios y el de los rituales de pagamento muisca que fueron desapareciendo con el tiempo.


Y caminando conocimos a mujeres defensoras de su territorio que han puesto la cara por sus barrios, por los humedales, por las quebradas y por las montañas. Caminando subimos por los cerros orientales y tomamos tinto con doña Gladys, sentimos los olores de Corabastos, conocimos el cusmuy de la abuela y recordamos las historias del trueque en la plaza fundacional en Suba. Caminando conocimos la historia de las mujeres en el monumento de Banderas, escuchamos la historia de la biblioteca comunitaria del colectivo Suba Nativa y volvimos sobre los pasos de los mayores para recordar la vieja Bogotá. Caminando conocimos la historia de guardianes y guardianas del territorio que nos recordaron que la historia de Bogotá no ha terminado aún y que la construimos paso a paso en la juntanza. Lina, Dora, Liliana, Gina, Blanca Nieves, Marcela, Juan Carlos, Laura, Héctor, Daniel y todos nosotros le apostamos a la vida y a una ciudad ambientalmente sostenible, el mayor reto en medio de este asfalto destructivo y sin memoria.


¿Cómo luchas tú por el derecho a la ciudad?





[1] Definido por Henri Lefebvre en 1967.


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